domingo, 24 de enero de 2010

Impotencia

Imaginemos a un niño de tres años. Con el pelo rizo y dorado, piel blanca y suave, dos ojos negros e impactantes, la nariz chata y redonda, una cristalina baba asomando por la comisura de sus finos labios y un hoyuelo en medio de su inapreciable barbilla.

Ahora imaginemos a ese mismo niño, llorando desconsoladamente porque sus papás no le quieren comprar la gominola de color verde, aparentemente su color favorito, a pesar de que estos no estén faltos de dinero, vayan mal de tiempo o no quieran que su hijo consuma azúcar por creer que podría ser perjudicial para el mismo...

¿Por qué entonces? ¿Por qué esos padres hacen a su hijo llorar sin ningún motivo, contrarios a la idea de comprarle la preciada golosina?

¿Chulería, quizás? ¿O es que el susudicho vástago se había portado lo suficientemente mal según el punto de vista paterno como para merecer tal reprimenda?

El caso es que ese niño, ese bebé no puede expresarse para hacerle ver a sus progenitores su punto de vista, y aunque pudiese hacerlo no tendría seguro que éstos le comprendieran...

Toca coger aire profundamente y balbucear miserias ensimismado en el pensamiento de que algún día tú decidirás si te compras ese caramelo sin que haga falta el beneplácito de nadie, para más tarde soltar esa bocanada de aire con la que te habías llenado los pulmones.

2 comentarios:

  1. Q filósofos estais hechos!! mola muchoo el texto =)

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  2. No está mal. Tiene recursos varios y me deja clara una idea. Quizás deberíais probar a cambiar el título o incluso negarlo para así observar si el lector alcanza a imaginar tal objetivo como yo.
    Os felicito, sería muy bueno que os diéseis a conocer.

    Un cordial saludo.

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